En días en los que la fiebre de Star Wars es tan aplastante,
vale la pena recordar a aquel actor que rechazó los papeles de Darth Vader y
Obi Wan Kenobi, preocupado por el acabado sospechoso de la figura del samurái
en medio de androides y seres extraterrestres con aires estadounidenses. Esta
desazón no podía sino provenir de un artista que había trabajado las formas más
admirables, irreverentes y finas de ser un samurái, al lado de Akira Kurosawa,
quien logró la forma más acabada de ser un director. Recordemos a Toshiro
Mifune, cuya muerte acaeció un 24 de diciembre, hace dieciocho años.
Toshiro Mifune ha sido la estrella japonesa con más
reconocimiento a nivel mundial. Dentro de pocos días, su nombre quedará
estampado para siempre en una de esas losas estrelladas del Hollywood walk of
fame, junto a figuras como Matthew McConaughey, Matt Damon, Cate Blanchett,
Quentin Tarantino y hasta su compatriota Godzilla.
Nació y vivió en China hasta cumplir los 19, pero su
ascendencia era nipona. Es por ello que, ni bien terminó la secundaria, tuvo
que enrolarse a las huestes militares japonesas y pelear por un lugar que aún
no conocía. Una de sus misiones en la base Tokkotai consistió en despedir, de
la forma más apropiada posible, a los pilotos kamikaze en sus destinos
suicidas. Muchos años después contaría que lo único que se le ocurrió decirles
fue: “¡Clamen por sus madres, no tengan vergüenza!”. Cuando al fin conoció
Japón, luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, tuvo que buscar trabajo.
EL ENCUENTRO
KUROSAWA MIFUNE
Como cualquier mortal, mandó su CV a varias empresas para
trabajar de camarógrafo. Pero los dioses lo desviaron hasta el departamento de
actuación de la compañía de producción cinematográfica más grande de Japón, los
Toho Studios. Corría el año 1947 y esta casa productora andaba en busca de
nuevos talentos. Cientos de aspirantes tendrían el privilegio de ser repudiados
por el cineasta Kurosawa, uno de los miembros del jurado. El director adorado
por Ford Coppola, George Lucas y Steven Spielberg se refiere así al momento en
que le llegó el turno a Mifune,
“(Vi) un muchacho tambaleando por todo el cuarto en un
frenesí violento… Fue tan aterrador como mirar a una bestia herida tratando de
liberarse con todas sus fuerzas. Yo estaba paralizado”.
Mifune perdió la competencia. Kurosawa perdió la compostura.
Había encontrado la materia con la cual forjar, no uno, sino múltiples hombres.
Así se concertó acaso la más intensa y legendaria relación entre un director y
un actor en la historia del cine, consagrada en quince películas, todas obras
maestras. A continuación proponemos tres en las que podrás apreciar y adorar el
talento fulminante de Mifune.
LA FORTALEZA ESCONDIDA
LA FORTALEZA ESCONDIDA
Una princesa emprende una entrañable aventura junto a dos
bribones que se convierten en sus paladines de la noche a la mañana. ¿Te suena
este argumento? Bueno, George Lucas lo plagió de Kurosawa. En esta travesía,
Toshiro Mifune hace el papel del general Rokurota Makebe, un eminente servidor
de una dinastía a punto de desaparecer. Su actuación está caracterizada por una
distinción propia de una autoridad cuyo fin es noble. Su valentía nos conmueve.
RASHOMON
RASHOMON
En tiempos donde alegar una única verdad ha pasado de moda,
esta obra maestra, comparable a Ciudadano Kane sitúa el drama, no a nivel de
los hechos, sino de sus interpretaciones. Las secuelas de un homicidio son las
cuatro versiones del mismo, defendidas por cuatro puntos de vista diferentes,
entre ellos el de un muerto. Toshiro Mifune hace el papel del bandido Tajomaru,
en cuya versión asoma la atribución de la responsabilidad por el asesinato del
samurái y la violación de su esposa. Se trata de un excepcional delincuente,
pues su versión, su lenguaje, es también excepcional. Los jueces somos nosotros
y, como tales, estamos destinados al desconcierto, pero también a la inusual
alegría de ver una película genial.
SIETE SAMURÁIS
SIETE SAMURAIS
Un tema recurrente en el cine japonés ha sido el de los
samuráis. Pero nadie, hasta 1954, fecha en que se estrenó esta película, había
osado imaginar samurái más iracundo y despreciado, más parecido a una pantera
que a un hombre, que Kikuchiyo (Toshiro Mifune), y al mismo tiempo dotado de
una sabiduría práctica y un sentido del humor invencible. El argumento es
sencillo: un pueblo humilde bajo la amenaza de ser aniquilado por bandidos
recluta siete samuráis desempleados para ayudarlos a defenderse. No así los
perfiles de estos guerreros que, preocupados más en ocultar sus habilidades que
en hacer alarde de ellas, invierten la imagen tradicional de la figura del
samurái. Mifune encumbra esta inversión. Salta y corre como una bestia, pero en
algún momento, con la velocidad que lo caracterizaba, despliega en su cuerpo y
en su cara las expresiones más humanas posibles.